miércoles, 4 de junio de 2014

Si pasa una estrella fugaz dime tu nombre

Tal vez no debía haber posado mis ojos en ti,
yo soy de esos que se enamoran tres veces al día
y ahora lo vuelvo a hacer cada vez que te recuerdo.
Ya van dieciséis en una hora.

Eres como una de esas actrices,
que consiguen con su belleza
que te acabes olvidando
de la trama de la película.
Ha sido observarte e ignorar por completo
el resto de mi vida.

Tan apretada a ti misma
que casi podía considerarse un milagro
que no te rompieras en la siguiente pisada.
Tanta curva en tan poco espacio
que incluso antes de acercarme un metro
ya me sabía a asfalto el cielo de la boca.

Y ya van veintiuna.

Has conseguido con tu presencia,
que vuelva a sentirme partícipe del género masculino.
Tan común como el carnicero de la tienda de la esquina,
tan sátiro como el viejo de la terraza del bar,
tan imbécil como el chico adicto a las abdominales,
tan obsceno como ese casado al que has girado como una peonza,
para poder luego pensar en tu culo
mientras le dice a su mujer que gima más bajo.

Eran mis ojos, los ojos del resto de los hombres,
la misma mente,
la misma hambre.

Y he sentido la tristeza de una rosa entre las rosas,
la impotencia de un camino que se acaba en un barranco.

Te has marchado como hoja empujada por el viento,
con ese desfilar insultante solo permitido
en la estrecha pasarela de mis sueños.

Nos hemos mirado todos a la cara,
el viejo al carnicero,
yo al imbécil,
el imbécil al casado
 y así sucesivamente.
Incluso en un patético instante hemos sonreído,
luego bajando la cabeza
hemos seguido con lo nuestro
como si no hubiera pasado nada.

Pero ha pasado.
Y yo ya llevo veintisiete.